"(...) elecciones tan absoluta e inequívocamente autonómicas que el separatismo las tilda ya de insoportablemente coloniales. La salida electoral era, por lo demás, la que prefería, según todas las encuestas, una mayoría de ciudadanos catalanes.
Los
 problemas que habría tenido el Gobierno y sus aliados con unas 
elecciones constituyentes las tiene ahora el separatismo con unas 
elecciones autonómicas. Desde su perturbada lógica, participar en ellas 
no deja de ser una aceptación del diktat español.
 Lo suyo sería 
rechazarlas y seguir trabajando en ¡la creación de las estructuras de Estado! mediante
 el camino de la asamblea de los de la vara o de la legalidad virtual 
que garantiza la prodigiosa administración digital de Estonia. Y con el 
nivel de apoyo de las masas callejeras que se ha hecho paulatinamente 
visible desde que el 1 de octubre la policía avanzó, en una 
diezmillonésima parte, cuál sería el precio de un proceso 
revolucionario. 
La tentación de una legalidad paralela sería, en 
términos de actividad y eficacia, muy parecida a la que llevó a cabo la 
administración de la Generalidad en el exilio del presidente Josep Irla.
 Nada asegura, sin embargo, que el grotesco Puigdemont, que usando la 
retórica del insurrecto hizo llegar ayer a la televisión pública un 
mensaje grabado en algún lugar de Cataluña, no se decida a perseverar en
 la ilusión psicótica y no acabe de comprender la flippante sentencia: the game is over.
También participar modositamente en las elecciones tiene problemas. Este partido que sustituyó a Convergència concita malas perspectivas electorales.
 Es probable también que la suma de lo que fue Junts pel Sí pierda peso.
 Y la negativa de la Cup a participar en el acto de vasallaje rompe la 
posibilidad de reeditar la mayoría parlamentaria que ha llevado a la 
política catalana al mayor ridículo de la historia moderna. 
Para seguir 
siendo hospital de los pobres antisistemáticos el independentismo debería tratar de llegar a una alianza con Ada Colau.
 Pero esa posibilidad repugna al mediopelo independentista, capaz de 
uniones contranatura pero siempre y cuando alumbren, al menos, un ratón.
 La principal diferencia entre la Cup y los Comunes no es ni siquiera 
que una sea independentista y los otros no. Es que los Comunes, lo 
quieran o no, son un partido español que incorpora inexorablemente la 
lógica española a sus decisiones. Como las incorporaba el Psuc.
En cualquiera de los dos escenarios el separatismo habría de reconocer lo esencial. Es verdad que ha hecho un daño profundo y duradero a Cataluña, a España, a Europa y a la democracia, superior incluso a lo que algunas de sus cabezas más prestigiosas -como la de ese miserable Mas-Colell
 que sin rastro de dignidad entonaba estos días la palinodia- pudieron 
haber previsto en el inicio temprano de las ilegalidades. 
Es verdad que Artur Mas
 y Carles Puigdemont han seguido fielmente la instrucción de sus mayores
 y, aunando tradición y modernidad, han emulado el escarnio de la razón 
organizado por Macià y Companys.
 Pero 
ha llegado la hora del diálogo. Sí, libe, ya sabes que desde el 1 de 
octubre esa palabra con cuerpo de lombriz está también en mi boca. 
Diálogo, sí, para sea cual sea el resultado electoral (sea cual sea: ¿lo
 entiendes?) poder negociar el levantamiento explícito o implícito del 155. Lo único que, por el momento, y después de cinco años épicos estáis en condiciones de negociar. (...)"       (Arcadi Espada, El Mundo, 29/10/17)
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