"De repente, los políticos occidentales, desde el presidente
estadounidense Joe Biden hasta el primer ministro británico Rishi Sunak,
se han convertido en ardientes defensores de la «moderación», en una
lucha de última hora por evitar una conflagración regional.
Irán lanzó una salva de drones y misiles contra Israel en lo que supuso
una demostración de fuerza en gran medida simbólica. Al parecer, muchos
de ellos fueron derribados por los sistemas de interceptación israelíes
financiados por Estados Unidos o directamente por aviones de combate
estadounidenses, británicos y jordanos. No hubo muertos.
Fue el primer ataque directo de un Estado contra Israel desde que Irak disparó misiles Scud durante la guerra del Golfo de 1991.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió apresuradamente
el domingo, y Washington y sus aliados pidieron que se rebajaran las
tensiones, que podrían desembocar fácilmente en el estallido de una
guerra en Oriente Próximo y más allá.
«Ni la región ni el mundo pueden permitirse más guerras», declaró en la
reunión el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. «Ahora es el
momento de desactivar y desescalar».
Israel, por su parte, prometió «exigir el precio» a Irán en el momento
que elija. Pero la abrupta conversión de Occidente a la «moderación»
necesita algunas explicaciones.
Después de todo, los líderes occidentales no mostraron ninguna
moderación cuando Israel bombardeó el consulado de Irán en Damasco hace
dos semanas, matando a un general de alto rango y más de una docena de
otros iraníes –la causa de la represalia de Teherán.
Según la Convención de Viena, el consulado no sólo es una misión
diplomática protegida, sino que se considera territorio soberano iraní.
El ataque israelí contra él fue un acto desenfrenado de agresión, el
«crimen internacional supremo», como dictaminó el tribunal de Nuremberg
al final de la Segunda Guerra Mundial.
Por ello, Teherán invocó el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que le permite actuar en legítima defensa.
BLINDAR A ISRAEL
Sin embargo, en lugar de condenar la peligrosa beligerancia de Israel
–un ataque flagrante al llamado «orden basado en normas» tan venerado
por Estados Unidos–, los líderes occidentales se alinearon detrás del
Estado cliente favorito de Washington.
En una reunión del Consejo de Seguridad celebrada el 4 de abril, Estados
Unidos, Gran Bretaña y Francia despreciaron intencionadamente la
moderación al bloquear una resolución que habría condenado el ataque de
Israel al consulado iraní, una votación que, de no haber sido bloqueada,
podría haber bastado para aplacar a Teherán.
El fin de semana, el ministro británico de Asuntos Exteriores, David
Cameron, dio el visto bueno al ataque israelí contra la sede diplomática
iraní, afirmando que podía «entender perfectamente la frustración que
siente Israel», aunque añadió, sin ningún atisbo de conciencia de su
propia hipocresía, que el Reino Unido «tomaría medidas muy enérgicas» si
un país bombardeara un consulado británico.
Al proteger a Israel de cualquier consecuencia diplomática por su acto
de guerra contra Irán, las potencias occidentales se aseguraron de que
Teherán tuviera que buscar una respuesta militar.
Pero la cosa no acabó ahí. Tras avivar el sentimiento de agravio de Irán
en la ONU, Biden prometió un apoyo «férreo» a Israel –y graves
consecuencias para Teherán– si se atrevía a responder al ataque contra
su consulado.
Irán hizo caso omiso de esas amenazas. El sábado por la noche lanzó unos
300 drones y misiles, al tiempo que protestaba a gritos por la
«inacción y el silencio del Consejo de Seguridad, que no ha condenado
las agresiones del régimen israelí».
Los dirigentes occidentales no tomaron nota. Volvieron a ponerse del
lado de Israel y denunciaron a Teherán. En la reunión del Consejo de
Seguridad del domingo, los mismos tres Estados -Estados Unidos, Reino
Unido y Francia- que antes habían bloqueado una declaración de condena
del ataque israelí a la misión diplomática iraní, solicitaron una
condena formal de Teherán por su respuesta.
El embajador ruso ante la ONU, Vasili Nebenzya, ridiculizó lo que
calificó de «desfile de hipocresía y doble rasero de Occidente». Y
añadió: «Saben muy bien que un ataque a una misión diplomática es un
casus belli según el derecho internacional. Y si las misiones
occidentales fueran atacadas, ustedes no dudarían en tomar represalias y
demostrar su caso en esta sala».
Tampoco se vio ningún tipo de moderación cuando Occidente celebró
públicamente su connivencia con Israel para frustrar el ataque de Irán
y, de este modo, convertirse en parte directa de esta peligrosa
confrontación.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, elogió a los pilotos de la
RAF por su «valentía y profesionalidad» al ayudar a «proteger a los
civiles» en Israel.
En una declaración, Keir Starmer, líder del partido laborista,
supuestamente de la oposición, condenó a Irán por generar «miedo e
inestabilidad», en lugar de «paz y seguridad», con el riesgo de avivar
una «guerra regional más amplia». Su partido, dijo, «defenderá la
seguridad de Israel».
La «moderación» que Occidente exige sólo se refiere, al parecer, a los esfuerzos de Irán por defenderse.
MORIR DE HAMBRE
Dado el nuevo reconocimiento por parte de Occidente de la necesidad
de actuar con cautela y de los peligros evidentes de los excesos
militares, puede que haya llegado el momento de que sus dirigentes se
planteen exigir moderación de forma más general, y no sólo para evitar
una nueva escalada entre Irán e Israel.
En los últimos seis meses, Israel ha bombardeado Gaza hasta convertirla
en escombros, ha destruido sus instalaciones médicas y oficinas
gubernamentales y ha matado y mutilado a muchas, muchas decenas de miles
de palestinos. En realidad, tal es la devastación que Gaza perdió hace
algún tiempo la capacidad de contar sus muertos y heridos.
Al mismo tiempo, Israel ha intensificado su bloqueo de 17 años del
minúsculo enclave hasta el punto de que llegan tan pocos alimentos y
agua que la población está presa de la hambruna. La gente, especialmente
los niños, se muere literalmente de hambre.
El Tribunal Internacional de Justicia, el más alto tribunal del mundo,
presidido por un juez estadounidense, dictaminó en enero –cuando la
situación era mucho menos grave que ahora– que se había presentado un
caso «plausible» de que Israel estaba cometiendo genocidio, un crimen
contra la humanidad estrictamente definido en el derecho internacional.
Y, sin embargo, los líderes occidentales no han pedido «moderación»
mientras Israel bombardeaba Gaza semana tras semana hasta dejarla en
ruinas, atacando sus hospitales, arrasando sus oficinas gubernamentales,
volando por los aires sus universidades, mezquitas e iglesias y
destruyendo sus panaderías.
Por el contrario, el presidente Biden se ha apresurado repetidamente a
aprobar ventas de armas de emergencia, pasando por alto al Congreso,
para asegurarse de que Israel tenga suficientes bombas para seguir
destruyendo Gaza y matando a sus niños.
Cuando los dirigentes israelíes prometieron tratar a la población de
Gaza como «animales humanos», negándoles todo tipo de alimentos, agua y
energía, los políticos occidentales dieron su visto bueno.
Sunak no estaba interesado en reclutar a sus valientes pilotos de la RAF
para «proteger a los civiles» de Gaza frente a Israel, y Starmer no
mostró ninguna preocupación por el «miedo y la inestabilidad» que
sienten los palestinos por el reino del terror de Israel.
Más bien al contrario. Starmer, famoso como abogado de derechos humanos,
incluso dio su aprobación al castigo colectivo de Israel a la población
de Gaza, su «asedio total», como parte integrante de un supuesto
«derecho de legítima defensa» israelí.
Al hacerlo, invalidó uno de los principios más fundamentales del derecho
internacional, según el cual los civiles no deben ser objeto de ataques
por las acciones de sus dirigentes. Como ahora resulta demasiado
evidente, sentenció a muerte a la población de Gaza.
¿Dónde estaba entonces la «moderación»?
DESAPARECIDA EN COMBATE
Del mismo modo, la moderación se esfumó cuando Israel inventó un
pretexto para erradicar la agencia de ayuda de la ONU Unrwa, el último
salvavidas de la hambrienta población de Gaza.
A pesar de que Israel fue incapaz de ofrecer ninguna prueba de su
afirmación de que un puñado de empleados de Unrwa estaban implicados en
un ataque contra Israel el 7 de octubre, los líderes occidentales se
apresuraron a cortar la financiación de la agencia. Al hacerlo, se
convirtieron en cómplices activos de lo que el Tribunal Mundial ya temía
que fuera un genocidio.
¿Dónde estaba la moderación cuando los funcionarios israelíes –con un
largo historial de mentiras para promover la agenda militar de su
Estado– inventaron historias sobre la decapitación de bebés por Hamás o
sobre violaciones sistemáticas el 7 de octubre? Todo esto fue desmentido
por una investigación de Al Jazeera basada en gran medida en fuentes
israelíes.
Esos engaños que justificaban el genocidio fueron amplificados con
demasiada facilidad por los políticos y los medios de comunicación
occidentales.
Israel no mostró ninguna moderación a la hora de destruir los hospitales
de Gaza o de tomar como rehenes y torturar a miles de palestinos que
sacó de la calle.
Los políticos occidentales hicieron caso omiso de todo ello.
¿Dónde estaba la moderación en las capitales occidentales cuando los
manifestantes salieron a las calles para pedir un alto el fuego, para
detener la sangría israelí de mujeres y niños, la mayoría de los muertos
de Gaza? Los manifestantes fueron calumniados –y siguen siendo
calumniados– por los políticos occidentales como partidarios del
terrorismo y antisemitas.
¿Y dónde estaba la exigencia de moderación cuando Israel rompió el libro
de reglas sobre las leyes de la guerra, permitiendo a cualquier
aspirante a hombre fuerte citar la indulgencia de Occidente con las
atrocidades israelíes como precedente para justificar sus propios
crímenes?
En cada ocasión, cuando favoreció los malévolos objetivos de Israel, el
compromiso de Occidente con la «moderación» desapareció en combate.
ESTADO CLIENTE DE PRIMER ORDEN
Hay una razón por la que Israel ha sido tan ostentoso en su saqueo de
Gaza y su pueblo. Y es la misma razón por la que Israel se sintió
envalentonado para violar la inviolabilidad diplomática del consulado de
Irán en Damasco.
Porque durante décadas Israel ha tenido garantizada la protección y la
ayuda de Occidente, sean cuales sean los crímenes que cometa.
Los fundadores de Israel limpiaron étnicamente gran parte de Palestina
en 1948, mucho más allá de los términos de partición establecidos por la
ONU un año antes. En 1967 impusieron una ocupación militar en lo que
quedaba de la Palestina histórica, expulsando a una parte aún mayor de
la población nativa. Después impuso un régimen de apartheid en las pocas
zonas donde quedaban palestinos.
En sus reservas de Cisjordania, los palestinos han sido sistemáticamente
maltratados, sus casas demolidas y se han construido asentamientos
judíos ilegales en sus tierras. Los lugares sagrados de los palestinos
han sido rodeados y arrebatados gradualmente.
Por otra parte, Gaza lleva 17 años aislada y su población no puede
circular libremente, ni trabajar, ni disfrutar de las necesidades
básicas.
El reino del terror de Israel para mantener su control absoluto ha hecho
que el encarcelamiento y la tortura sean un rito de iniciación para la
mayoría de los hombres palestinos. Cualquier protesta es aplastada sin
piedad.
Ahora Israel ha añadido la matanza masiva en Gaza –genocidio– a su larga lista de crímenes.
Los desplazamientos de palestinos a Estados vecinos provocados por las
operaciones de limpieza étnica y las matanzas de Israel han
desestabilizado la región en su conjunto. Y para asegurar su proyecto
colonial militarizado de colonos en Oriente Próximo –y su lugar como
Estado cliente de Washington en la región– Israel ha intimidado,
bombardeado e invadido a sus vecinos con regularidad.
Su ataque contra el consulado iraní en Damasco fue sólo la última de las
humillaciones en serie a las que se enfrentaron los Estados árabes.
Y durante todo este tiempo, Washington y sus Estados vasallos no han
hecho más que llamamientos ocasionales y de boquilla a la moderación
hacia Israel. Nunca ha habido consecuencias, sino recompensas de
Occidente en forma de ayuda multimillonaria y un estatus comercial
especial.
ALGO PRECIPITADO
Entonces, ¿por qué, tras décadas de violencia desenfrenada por parte
de Israel, de repente Occidente se ha interesado tanto por la
«moderación»? Porque en esta rara ocasión sirve a los intereses
occidentales calmar los fuegos que Israel está tan decidido a avivar.
El ataque israelí contra el consulado de Irán se produjo justo cuando a
la administración Biden se le acababan por fin las excusas para
proporcionar las armas y la cobertura diplomática que han permitido a
Israel masacrar, mutilar y dejar huérfanos a decenas de miles de niños
palestinos en Gaza durante seis meses.
Las exigencias de un alto el fuego y un embargo de armas a Israel han
llegado a un punto álgido, y Biden está perdiendo apoyo entre parte de
su base demócrata, cundo se enfrenta a las elecciones presidenciales a
finales de este año frente a un rival resurgente, Donald Trump.
Un pequeño número de votos podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Israel tenía motivos de sobra para temer que su patrocinador pronto
tirara la toalla ante su campaña de matanzas masivas en Gaza.
Pero tras haber destruido toda la infraestructura necesaria para
mantener la vida en el enclave, Israel necesita tiempo para que se
produzcan las consecuencias: o hambruna masiva allí o una reubicación de
la población en otro lugar por motivos supuestamente «humanitarios».
Una guerra más amplia, centrada en Irán, distraería la atención de la
desesperada situación de Gaza y obligaría a Biden a respaldar
incondicionalmente a Israel, a cumplir su «férreo» compromiso con la
protección de Israel.
Y para colmo, si Estados Unidos se viera arrastrado directamente a una
guerra contra Irán, Washington no tendría más remedio que ayudar a
Israel en su larga campaña para destruir el programa de energía nuclear
iraní.
Israel quiere eliminar cualquier posibilidad de que Irán desarrolle una
bomba, algo que nivelaría el campo de juego militar entre ambos de forma
que Israel tendría muchas menos garantías de poder seguir actuando a su
antojo en toda la región con impunidad.
Por eso, los funcionarios de Biden están expresando a los medios de
comunicación estadounidenses su preocupación por que Israel esté
dispuesto a «hacer algo precipitado» en un intento de arrastrar a la
administración a una guerra más amplia.
La verdad es, sin embargo, que Washington cultivó hace tiempo a Israel
como su monstruo Frankenstein militar. El papel de Israel consistía
precisamente en proyectar el poder de EEUU de forma implacable en
Oriente Medio, rico en petróleo. El precio que Washington estaba más que
dispuesto a aceptar era la erradicación por Israel del pueblo
palestino, sustituido por un «Estado judío» fortaleza.
Pedir ahora a Israel que ejerza la «moderación», mientras sus
atrincherados grupos de presión flexionan sus músculos inmiscuyéndose en
la política occidental y unos fascistas confesos gobiernan Israel, va
más allá de la parodia.
Si Occidente realmente apreciara la moderación, debería haber insistido en ella a Israel hace décadas." (Jonathan Cook, El Viejo Topo, 22/04/24)
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