1.11.25

Punto de vista ruso sobre la táctica y la estrategia de Donald Trump: En primer lugar, Trump aspira a convertirse en el presidente más grande de la historia de Estados Unidos. Su estrategia se centra principalmente en alcanzar la grandeza personal... En segundo lugar, busca aplastar a los competidores económicos de Estados Unidos... En tercer lugar, aspira a ganarse la fama de pacificador global, tanto para sí mismo como para Estados Unidos... Para Rusia, lo importante es precisamente el tercer punto. Para Trump, la paz es en realidad una tregua. No tiene ni el deseo ni la paciencia para lograr un verdadero acuerdo de paz. Lo principal es reunir en un solo lugar a los representantes de las partes en conflicto y, elevándose por encima de ellos, anunciar la llegada de la «paz». A Trump no le interesa lo que suceda después: la responsabilidad de la reanudación de las guerras recaerá sobre otros, mientras que él seguirá siendo el pacificador. Cuando esta fórmula no funciona, Trump se «enfada», se «cansa», se «decepciona» y amenaza con utilizar la fuerza para obligar a los intransigentes a aceptar sus condiciones de paz... Con Rusia, esta fórmula no funciona. Lamentablemente, tampoco funciona la fórmula rusa con Trump: explicar al presidente estadounidense cuáles son las causas profundas de la crisis ucraniana y por qué las condiciones propuestas por Moscú no son «maximalistas», sino mínimamente necesarias para lograr una paz duradera. Trump vive el «aquí y ahora», la historia no significa nada para él... la «luz al final del túnel» aparece y desaparece... hay que comprender la función de la diplomacia en la guerra. Consiste en fijar los resultados obtenidos en el teatro de operaciones. Una operación diplomática especial puede ser útil, pero no puede sustituir a una operación militar especial (Dmitri Trenin)

 "Durante el último año, los comentaristas rusos se han convertido en gran medida en «trumpólogos». Cualquier declaración del presidente de los Estados Unidos, y a menudo hay varias al día, se convierte en objeto de la más atenta atención y de un activo debate. Dado que las declaraciones de Trump a menudo contradicen a las anteriores, seguir el hilo de sus pensamientos resulta una actividad apasionante, una especie de montaña rusa virtual. Es emocionante.

Sin embargo, no hay que entusiasmarse demasiado. La táctica de Trump es, en general, comprensible. A veces es grosero y amenazante, otras veces adulador y tranquilizador. A veces es amigo, otras veces enemigo. Es más importante comprender si hay alguna estrategia detrás de esta táctica. En los nueve meses de la segunda presidencia de Trump se ha acumulado suficiente material para sacar conclusiones preliminares.

En primer lugar, Trump aspira a convertirse en el presidente más grande de la historia de Estados Unidos. Su estrategia se centra principalmente en alcanzar la grandeza personal.
En segundo lugar, busca aplastar a los competidores económicos de Estados Unidos.
En tercer lugar, aspira a ganarse la fama de pacificador global, tanto para sí mismo como para Estados Unidos.

Para Rusia, lo importante es precisamente el tercer punto. Para Trump, la paz es en realidad una tregua. No tiene ni el deseo ni la paciencia para lograr un verdadero acuerdo de paz. Lo principal es reunir en un solo lugar a los representantes de las partes en conflicto y, elevándose por encima de ellos, anunciar la llegada de la «paz». A Trump no le interesa lo que suceda después: la responsabilidad de la reanudación de las guerras recaerá sobre otros, mientras que él seguirá siendo el pacificador. Cuando esta fórmula no funciona, Trump se «enfada», se «cansa», se «decepciona» y amenaza con utilizar la fuerza para obligar a los intransigentes a aceptar sus condiciones de paz.

Con Rusia, esta fórmula no funciona. Lamentablemente, tampoco funciona la fórmula rusa con Trump: explicar al presidente estadounidense cuáles son las causas profundas de la crisis ucraniana y por qué las condiciones propuestas por Moscú no son «maximalistas», sino mínimamente necesarias para lograr una paz duradera. Trump vive el «aquí y ahora», la historia no significa nada para él. Como resultado, el diálogo con él lleva ya ocho meses, y la «luz al final del túnel» aparece y desaparece.

Hay una razón externa importante para ello. A pesar de su inmensa «grandeza», Donald Trump no es una figura totalmente independiente. No es el «zar de América» ni el «emperador del mundo occidental». No puede ignorar a sus vasallos europeos, independientemente de lo que piense de ellos personalmente. Y mucho menos puede ignorar a sus compañeros republicanos y a sus oponentes demócratas en Estados Unidos, prácticamente unánimes en su actitud hostil, por no decir rusófoba, hacia Rusia. No puede y no podrá hacerlo.

La «operación diplomática especial» (nombre que juega con la denominación rusa de la invasión d Ucrania, calificada de “Operación Militar Especial” N. del T.), el diálogo de los dirigentes rusos con el presidente Trump, fue útil. Demostró a los socios de Rusia el sincero deseo de Moscú de alcanzar una paz justa y duradera. Demostró al ejército ruso y al pueblo ruso el compromiso de los dirigentes del país con los objetivos declarados de la Operación Militar Especial. Por último, demostró a los propios dirigentes rusos los límites de las posibilidades de Donald Trump. A pesar de la cancelación o el aplazamiento de la nueva reunión entre Putin y Trump, el diálogo entre el Kremlin y la Casa Blanca continúa, pero ya en dos «vías» paralelas: Lavrov-Rubio y Dmitriev-Whitcoff. Sin embargo, hay que comprender la función de la diplomacia en la guerra. Consiste en fijar los resultados obtenidos en el teatro de operaciones. Una operación diplomática especial puede ser útil, pero no puede sustituir a una operación militar especial." 

(Dmitri Trenin , Director del Instituto de Economía Militar Mundial y Estrategia de la Escuela Superior de Economía, en Rafael Poch, blog, 31/10/25, fuente Kommersant) 

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