"El poder necesita símbolos que lo representen mientras es ejercido. El día 20 no habrá mayor representación simbólica de quien está o no está cerca del poder en la era Trump que entrar o quedarse fuera de la exclusiva ceremonia
Dicen las malas lenguas en Washington que la decisión del presidente electo, Donald Trump, para mudar su toma de posesión al interior del Capitolio, alegando las temperaturas extremas previstas para el día 20, es una milonga. Argumentan que cuando JFK o Barack Obama tomaron posesión se daban termómetros igualmente extremos. De hecho, el día del anuncio de la mudanza, la meteorología prevista no era ni noticia en el despliegue informativo que ya cubría los intensos preparativos para la ceremonia; se hablaba más de la notable disponibilidad hotelera que aún ofrecía la capital. Las mismas malas lenguas atribuyen la decisión a la ya legendaria obsesión de Trump con el tamaño de las multitudes que los demás congregan, comparadas con las suyas.
Seguro que el tamaño de la multitud esperada tuvo algo que ver en la decisión. Pero puede que la principal razón resida en que este Trump empoderado ya no precisa multitudes como las necesitaba hace ocho años, cuando su llegada a presidencia partía al país en dos y la cantidad de gente constituía un factor de legitimación; como lo constituiría durante el asalto del 6 de enero. Su triunfo en noviembre ha resultado tan transversal y abrumador que ya no hace falta demostrar que el pueblo le adora. No necesita masas porque ya las tiene así que ¿para qué arriesgarse a imágenes al aire libre con huecos o manifestantes cuando puedes trasladarlo al interior, convertir el Capitolio en un plató y controlar el plano y la redifusión? Cumplida su función, como siempre, las masas son desplazadas y contenidas en un lugar seguro. Nada personal, solo negocios.
Si les parece una afirmación exagerada no tienen más que constatar la extraordinaria operación de blanqueo del personaje, implementada ante nuestros ojos desde noviembre; que ya nos ha hecho olvidar que fue condenado penalmente hace una semana por 32 delitos y será el primer presidente delincuente convicto de la historia de los USA, o que nos ofrece toneladas de análisis perfectamente normalizados donde se nos explica por qué nos iría mejor si le devolvieran el Canal de Panamá o le vendieran a buen precio Groenlandia, o que nos invitó a reírnos de Justin Trudeau cuando le llamó gobernador de Canadá, o que informa con total naturalidad sobre en qué ciudad empezaran las redadas masivas en la primera potencia mundial o sobre la caza de brujas que el presidente ha anunciado en la administración federal para identificar y despedir a los “colaboracionistas” con lo que denomina “el cartel de la censura”.
Aunque también pudiera ser que la principal razón para el traslado responda a cuestiones más simbólicas, menos mediáticas. Mover la ceremonia a la rotonda del Capitolio reduce el número de invitados de 220.000 a 20.000. Doscientos mil invitados tendrán entradas “conmemorativas”, pero sin derecho de admisión. El poder necesita símbolos que lo representen mientras es ejercido. El día 20 no habrá mayor representación simbólica de quién está o no está cerca del poder en la era Trump que entrar o quedarse fuera de la exclusiva ceremonia. Sólo entran donantes, acólitos, verdaderos creyentes y algunos extraños invitados por imperativo legal; la mejor manera de demostrar el poder absoluto del nuevo emperador sin que nada ni nadie pudieran estropearle la imagen viral.
La mayor concentración de poder económico, político y tecnológico que probablemente habrá visto la humanidad reunida para aplaudir y vitorear el hombre al cual dieron por muerto, que le ha puesto un mote a la mayoría o les ha ridiculizado en algún mitin. La oligarquía tecnoindustrial sobre la cual ha alertado Joe Biden en su despedida reunida y genuflexa en una misma sala celebrando su triunfo. Si no estuvieran los extraños invitados por imperativo legal y las cámaras en directo y si Trump se lo demandase, muchos se animarían a entregarle a su primer hijo varón; como en las misas negras de los buenos tiempos."
(Antón Losada , eldiario.es, 19/01/25
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