"Tarde de teatro con la sala llena de un público expectante. Comienza la función y el actor principal sale a escena, ataviado como un personaje del Siglo de Oro. Al arrancarse a declamar sus líneas, se da cuenta de la incomodidad que surge de la sala, en penumbra pero llena de murmullos. Alguien ha cambiado, sin previo aviso, el telón de fondo y en vez de una corrala del siglo XVI se observa un decorado contemporáneo. Ni la figura más versada sobre las tablas puede aguantar, a pesar de todo su oficio, algo así.
Esto es lo que nos ha pasado a todos en Europa, desde al ciudadano anónimo hasta al dirigente político más relevante, desde el tendero de la esquina hasta el directivo de una gran empresa. Estábamos a nuestras cosas y, sin que nos lo quisiéramos creer del todo, Donald Trump ha cambiado el escenario, dejándonos con una sensación entre la estupefacción y la vulnerabilidad.
Nadie podría, eso sí, decir que no estábamos avisados. Hace aproximadamente un año, cuando Mario Draghi presentó el adelanto de su informe, ya señaló que “el mundo está cambiando rápidamente y nos ha cogido por sorpresa”, tanto como que existían países que habían dejado de seguir “las reglas del juego”, citando expresamente a Estados Unidos. Que alguien como el anterior gobernador del BCE, un antiguo hombre de Goldman Sachs, hablara en estos términos, quizá debería habernos advertido de algo.
Trump es la causa del sismo actual, pero a su vez es la consecuencia de otros muchos acontecimientos que rompieron el periodo neoliberal en 2008, el año que dio inicio la Gran Recesión. Ya me han leído otras veces, en estas páginas, referirme a cómo aquel terremoto económico fue mutando hasta convertirse en una crisis de legitimidad que alumbró acontecimientos tan dispares como el Brexit, el procés o la irrupción de la extrema derecha en media Europa.
La pandemia vino para acabar de desbaratarlo todo porque, aun tratándose de un virus imprevisible, puso de manifiesto los peligros de cederlo todo al sector privado, de no contar con servicios públicos resistentes, de habernos quedado sin apenas tejido industrial. También demostró una nueva manera de hacer las cosas y, ahí, nuestro país marcó la diferencia con un escudo social que evitó otra crisis económica de dimensiones mayores. La ideología importa, se puede gobernar para la mayoría social o predicar el sálvese quién pueda.
Todo está conectado y esta sucesión de inestabilidades nos llevó a presenciar en Estados Unidos un golpe de Estado, que es de lo que se trató aquel asalto en Washington mientras tenía lugar la sesión de investidura en el Capitolio. Si hubiéramos tenido claro este hecho, si no hubiéramos dado a Trump por finiquitado pensando que se trataba de un paréntesis, hoy no estaríamos donde estamos.
Sin ese asalto al Capitolio de el 6 de enero de 2021, no se entiende el 24 de febrero de 2022, es decir, el comienzo de la invasión rusa a Ucrania. Las debilidades se pagan caras: Vladimir Putin quiso demostrar que Rusia era algo muy diferente a aquel país quebrado por Boris Yeltsin. Las administraciones norteamericanas, desde Bush a Biden, con Europa detrás, nunca debieron haber empujado a Ucrania a las puertas de la OTAN como un cebo para una guerra que pensaron, erróneamente, que volvería a poner de rodillas al gigante euroasiático.
Esa guerra, con la crisis inflacionaria y energética que trajo aparejada, ha empujado a la ultraderecha en países como Alemania o Francia a ser la segunda fuerza política y a gobernar en Italia. También –dejemos de fingir que nunca ha ocurrido– una década larga de atentados islamistas y crisis migratorias que proceden del desastre de Afganistán, Irak, Siria y Libia. Nada es casual: la desestabilización nunca es controlable.
Y en estas, Trump, en su segunda encarnación, mucho más peligroso, mucho más versado, tutelado e impulsado por unos multimillonarios de Silicon Valley en complot contra la democracia, nos ha cambiado el telón de fondo. Podemos creer que esto será un paréntesis que se solucionará en cuatro años o asumir, de una vez por todas, que si todo se altera no vale de nada enterrar nuestra cabeza en la arena.
La ampliación del gasto público en defensa es el ejemplo perfecto de cómo adaptarse o perecer ante esta dramática transformación. Este no es un debate sobre el que cabe una simple negación o afirmación, sino una nueva disposición de las piezas en la partida que favorezcan tanto a nuestro país como a su mayoría social.
La fórmula “cañones o mantequilla” o “tanques u hospitales” no es cierta. La fórmula correcta es defensa, servicios públicos y tejido industrial, todo a la vez, producto de una mutualización de la deuda europea, del fin de un obsoleto e injusto corsé fiscal que lleva ahogando las posibilidades de la Unión Europea desde el austericidio. La fórmula no es sólo anunciar un multimillonario gasto, sino adecuar la inversión en defensa a la producción continental y no a engrandecer el complejo militar estadounidense.
Una correcta movilización de recursos públicos, financiados de manera común por los 27, puede servir para fortalecer una red de industrias europeas estratégicas, no sólo en el campo de la defensa, sino también orientarse hacia el resto de la economía productiva, la inversión en tecnología de alto nivel y en una fuentes de energías renovables que aseguren, en conjunto, nuestra soberanía del resto de bloques.
Es aquí donde, especialmente la izquierda, tiene que jugar la partida. La otra opción, llamar a Sánchez “señor de la guerra”, es volver a las pancartas mientras que la derecha maneja los presupuestos. La política es transformar la realidad, enfrentar unos problemas a unas soluciones mediante una guía ideológica, unos principios. Si sólo nos quedamos con los principios y renunciamos a transformar la realidad no hacemos política, hacemos poesía y de la mala.
Sin pensarlo, estamos en una situación donde el atlantismo, que no es más que la dependencia europea de Estados Unidos, se resquebraja. Donde el Estado vuelve a tomar la delantera para ordenar la vida pública tras años de recortes. Donde se puede poner en cuestión el artículo 135, ese por el que, si no me falla la memoria, tanta gente se movilizó la década pasada. Hay que saber señalar los riesgos, hay que mantener los principios, pero también ver la oportunidades.
Y esta es histórica. La oportunidad de repensarlo todo." (Daniel Bernabé , InfoLibre, 12/03/25)
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