13.3.25

José Enrique de Ayala, general de brigada retirado: Tropas europeas en Ucrania, un riesgo inútil... Los dirigentes europeos pueden llevarnos a la guerra sin quererlo, por una solidaridad mal entendida, o por sobrestimar sus capacidades actuales. La primera guerra mundial empezó así, por un error de cálculo... El nuevo rey de Washington, Donald Trump, señor del planeta y sus alrededores, ya ha decidido cómo y cuándo tiene que hacerse la paz en Ucrania... Los Estados miembros de la Unión Europea están en una actitud de total sometimiento. Aumentan exponencialmente sus gastos en defensa, tal como Trump había exigido... El propio acuerdo de paz, si ve la luz, deberá incluir las correspondientes garantías, igual que las reparaciones, en su caso... Sin embargo, algunos importantes dirigentes europeos –Starmer, Macron–quieren ir más lejos y se proponen desplegar tropas en Ucrania para garantizar el cumplimiento del acuerdo que se alcance... Para algunos, se trataría de reforzar al ejército ucraniano de modo que pudiera hacer frente a una reanudación de la agresión rusa, lo que supondría situarse militarmente en uno de los bandos, y en consecuencia entrar directamente en la guerra si el alto el fuego no fuera respetado. Para la mayoría, solo se trataría de constituir una fuerza de interposición o separación entre los dos contendientes, una opción menos comprometida, en principio... Rusia lo rechaza... las fuerzas que se desplieguen necesitarán una estructura de mando y control, y una dirección política. La OTAN no puede proporcionar ninguna de las dos cosas, porque EEUU no quiere participar... habría que definir las medidas e instrumentos para garantizar la seguridad de las tropas desplegadas, ya que pueden ser atacadas por cualquiera de los dos bandos, porque en ambos hay unidades militares cuya disciplina con su cadena de mando oficial es muy débil, y podrían actuar por su cuenta para sabotear el acuerdo... si van a enfrentarse al que vulnere la paz, e impedírselo si fuera necesario por la fuerza, conviene tener en cuenta que, en el caso de que fuera Rusia, un enfrentamiento armado directo podría desembocar en una guerra total en Europa, que podría ser mundial si EEUU se viera forzado a intervenir, como pasó en las dos guerras mundiales, e incluso nuclear, porque es muy improbable que Rusia se dejara derrotar sin emplear todos los medios de los que dispone... Si las naciones europeas están dispuestas a ir a un enfrentamiento directo contra Rusia, en el caso de que vulnere el acuerdo de paz y reanude sus ataques a Ucrania, no hace falta que desplieguen tropas. Basta con transmitir a Moscú la decisión de entrar en guerra en cuanto esa vulneración se produzca. Y cumplirlo, como hicieron Francia y Reino Unido cuando Hitler invadió Polonia. Y si no están dispuestas –o preparadas– para ir a la guerra, tampoco tiene sentido enviar tropas. Su sola presencia no garantizaría nada, como pasa con FINUL... salvo que se quiera un enfrentamiento directo con Rusia, también hay que aceptar que la paz comporte sacrificios para los ucranianos, aunque sean los agredidos, e intentar –por medios políticos– que la agresión termine ahí. La realidad suele ser bastante testaruda. Los rusos ocupan casi un 20% del territorio ucraniano y no se irán si alguien no les echa. ¿Quién va a hacerlo? El ejército ucraniano ya ha demostrado que no puede... Si Putin logra un acuerdo de paz favorable, que le permita aparecer victorioso ante los rusos, no tendrá probablemente ningún interés en reanudar el enfrentamiento... porque Rusia sale maltrecha de la invasión de Ucrania. Tanto económica como políticamente, pero sobre todo en el aspecto militar

 "Los dirigentes europeos pueden llevarnos a la guerra sin quererlo, por una solidaridad mal entendida, o por sobrestimar sus capacidades actuales. La primera guerra mundial empezó así, por un error de cálculo, y terminó en catástrofe

El nuevo rey de Washington, Donald Trump, señor del planeta y sus alrededores, ya ha decidido cómo y cuándo tiene que hacerse la paz en Ucrania, y está discutiendo los detalles con su amigo Vladímir Putin, el zar de algunas de las rusias que quiere serlo de todas. Ucrania –la víctima– no está invitada al magno acontecimiento, si bien será graciosamente escuchada, ni tampoco Europa, aunque ha contribuido más al apoyo a Kiev que el gigante americano, y será la más afectada por cómo acabe la guerra.

Los Estados miembros de la Unión Europea están en una actitud de total sometimiento. Aumentan exponencialmente sus gastos en defensa, tal como Trump había exigido so pena de no defenderlos, diciendo que el propósito es crear una defensa europea autónoma, pero sin tomar ninguna medida real para crearla, salvo gastar más. Le ruegan humildemente que siga apoyando a Ucrania y que los tenga en cuenta para negociar la paz, a pesar de sus reiteradas humillaciones y desprecios, y se aprestan a hacerse cargo de garantizar un acuerdo que será pactado por otros y en cuya elaboración ni siquiera participan, porque al amo y prócer de la humanidad no le interesa asumir la responsabilidad de esa parte del proceso. Casi todos creen que Rusia no respetará lo que se acuerde, pero no saben muy bien cómo articular las garantías que les piden, ni tampoco existe unidad entre ellos sobre cómo hacerlas efectivas.

Tal vez lo más sensato sería empezar por asumir que las garantías de la paz deben ser en primer lugar políticas. Si ambos contendientes pactan un acuerdo, lo firman y lo ratifican, es porque lo consideran adecuado o al menos aceptable. No tiene sentido que, a continuación, lo incumplan, salvo si el acuerdo no ha sido voluntario, sino impuesto. Si los planes de Trump prosperan, los descontentos no estarían en Rusia, sino en Ucrania, ya que ciertas condiciones previstas por esos planes, como la pérdida de parte de su territorio, resultan inaceptables para el presidente Zelenski y para la mayoría de su población, aunque se vean forzados a asumirlas, y, por tanto, sería más verosímil que el acuerdo se vulnerase del lado ucraniano.

El propio acuerdo de paz, si ve la luz, deberá incluir las correspondientes garantías, igual que las reparaciones, en su caso. Estas garantías iniciales pueden ser respaldadas por otros países y reforzadas con estímulos positivos, como sería un paulatino levantamiento de sanciones a Rusia, a medida que fuera cumpliendo lo estipulado, y simultáneamente una aceleración del procedimiento de adhesión de Ucrania a la UE, aunque manteniendo la exigencia de que cumpla las condiciones requeridas, es decir, los criterios de Maastricht.

Sin embargo, algunos importantes dirigentes europeos –Starmer, Macron–quieren ir más lejos y se proponen desplegar tropas en Ucrania para garantizar el cumplimiento del acuerdo que se alcance. Hablan de esto prematuramente, tal vez para ablandar la reticencia ucraniana, antes de que exista no ya un acuerdo de paz, sino ni siquiera un alto el fuego, y de que se sepan las condiciones o términos que incluirían uno u otro. El alto el fuego, que sería el primer paso, implicaría que se detuvieran las operaciones militares, sin variar la situación actual sobre el terreno. Podría incluir una zona de separación, acordada entre ambas partes, y un mecanismo de arbitraje neutral con observadores, por parte de algún organismo internacional como la OSCE o Naciones Unidas. Este es el momento más delicado del proceso, porque es fácil que se produzcan violaciones en las que cada parte culpa a la otra, y es también la fase en la que podría ser más útil una fuerza de separación, ya que, si se llega a un acuerdo de paz, es de suponer que ambas partes lo aceptan y están satisfechas.

El peor escenario, que es además el más probable, es que esta situación provisional de alto el fuego se prolongue indefinidamente, como en el caso de Corea, que dura ya más de 70 años, porque ni Ucrania parece dispuesta a renunciar a ningún territorio bajo su soberanía desde la independencia, ni Rusia parece dispuesta a abandonar voluntariamente ninguno de los que ahora ocupa. Va a ser muy difícil convencerlos de que acepten una solución intermedia, lo que en todo caso implicaría definir una nueva frontera, y por tanto va a ser complicado llegar a un acuerdo de paz permanente. La mera detención de las hostilidades dejaría una herida abierta en el este de Europa, un conflicto latente que podría reactivarse en cualquier momento, una situación de inseguridad permanente que obligaría a Europa a mantenerse en una situación prebélica todo el tiempo que durase, con las consiguientes repercusiones negativas, tanto políticas como económicas.

En todo caso, todavía existe una peligrosa ambigüedad en el carácter de la misión que se daría a las tropas europeas que eventualmente se desplegasen en Ucrania. Para algunos, se trataría de reforzar al ejército ucraniano de modo que pudiera hacer frente a una reanudación de la agresión rusa, lo que supondría situarse militarmente en uno de los bandos, y en consecuencia entrar directamente en la guerra si el alto el fuego no fuera respetado. Para la mayoría, solo se trataría de constituir una fuerza de interposición o separación entre los dos contendientes, una opción menos comprometida, en principio. Pero este tipo de despliegue, por su propia naturaleza, tiene que ser aprobado por ambos, y por el momento, Rusia lo rechaza, aunque no es descartable que en el curso de la negociación llegue a aceptarlo. 

Sea cual sea su misión, las fuerzas que se desplieguen necesitarán una estructura de mando y control, y una dirección política. La OTAN no puede proporcionar ninguna de las dos cosas, porque EEUU no quiere participar. La UE, tampoco, porque hace falta unanimidad y no todos están de acuerdo, además de que sus estructuras militares son muy limitadas, y hay países extracomunitarios –tan importantes como Reino Unido– que también participarían y no aceptarían reportar al Consejo Europeo. El premier británico Keir Starmer ha hablado de una coalición de voluntarios, lo que requeriría una estructura de mando ad hoc. Pero, ¿quién les daría directrices políticas? Solo podría ser Naciones Unidas, previa resolución del Consejo de Seguridad, que, además, sería legalmente necesaria para el despliegue de la fuerza europea. Pero Rusia podría vetarla, si no le conviene o no se aceptan sus condiciones.

Si se consiguieran resolver estas cuestiones, habría que empezar a solventar muchos asuntos prácticos, como el enorme reto de dar apoyo logístico a una fuerza que podría llegar –para ser creíble– a 100.000 efectivos, con equipos y materiales en su mayoría diferentes. Pero, sobre todo, habría que definir las medidas e instrumentos para garantizar la seguridad de las tropas desplegadas, ya que pueden ser atacadas por cualquiera de los dos bandos, porque en ambos hay unidades militares cuya disciplina con su cadena de mando oficial es muy débil, y podrían actuar por su cuenta para sabotear el acuerdo.

Aunque nadie atacara a las fuerzas internacionales, lo más importante, en un despliegue así, son las reglas de enfrentamiento, y quién tiene la autoridad para cambiarlas, porque ellas determinan lo que esas fuerzas pueden y deben hacer en cada situación, por ejemplo, si una de las partes vulnera el acuerdo de paz. Si solo están autorizadas a combatir para su autoprotección, y no van a hacer nada si se reanuden los combates, más que refugiarse en sus búnkeres, como hace la Fuerza Provisional de Naciones Unidas para el Líbano, FINUL cuando Israel invade Líbano, habría que pensar para qué se van a desplegar, pues la credibilidad europea quedaría bajo cero. Pero si van a enfrentarse al que vulnere la paz, e impedírselo si fuera necesario por la fuerza, conviene tener en cuenta que, en el caso de que fuera Rusia, un enfrentamiento armado directo podría desembocar en una guerra total en Europa, que podría ser mundial si EEUU se viera forzado a intervenir, como pasó en las dos guerras mundiales, e incluso nuclear, porque es muy improbable que Rusia se dejara derrotar sin emplear todos los medios de los que dispone. Aunque Trump y Putin empleen esta amenaza cínicamente para respaldar sus posiciones, no por eso deja de ser un peligro cierto.

Si las naciones europeas están dispuestas a ir a un enfrentamiento directo contra Rusia, en el caso de que vulnere el acuerdo de paz y reanude sus ataques a Ucrania, no hace falta que desplieguen tropas. Basta con transmitir a Moscú la decisión de entrar en guerra en cuanto esa vulneración se produzca. Y cumplirlo, como hicieron Francia y Reino Unido cuando Hitler invadió Polonia. Y si no están dispuestas –o preparadas– para ir a la guerra, tampoco tiene sentido enviar tropas. Su sola presencia no garantizaría nada, como pasa con FINUL, y podrían tener bajas sin capacidad de responder adecuadamente. No disuadirían a Rusia, salvo que existiese la determinación creíble de llegar hasta las últimas consecuencias. Es decir, en ninguno de los dos casos el mero despliegue de tropas garantizaría el cumplimiento de un acuerdo de paz, y en ambos podría desembocar en una guerra abierta no deseada. 

Entonces, ¿hay que abandonar a Ucrania a su suerte? No, por supuesto, hay que apoyarla tanto como se pueda, sobre todo económicamente, hay que mantener su capacidad militar para que volver a atacarla resulte más peligroso, y hay que estar a su lado en las negociaciones de paz para conseguir el mejor resultado posible. Pero, salvo que se quiera un enfrentamiento directo con Rusia, también hay que aceptar que la paz comporte sacrificios para los ucranianos, aunque sean los agredidos, e intentar –por medios políticos– que la agresión termine ahí. La realidad suele ser bastante testaruda. Los rusos ocupan casi un 20% del territorio ucraniano y no se irán si alguien no les echa. ¿Quién va a hacerlo? El ejército ucraniano ya ha demostrado que no puede; al contrario, está perdiendo posiciones. Tampoco las sanciones a Rusia han dado ningún resultado, su PIB creció en 2024 un 4,1%. Si EEUU apoya la posición rusa, el empeño por mantener aún la posibilidad de una paz justa está condenado al fracaso.

La preocupación en Europa es comprensible: no hacer nada puede tener como consecuencia que Putin se crea inmune y se anime a continuar y ampliar su agresión. Pero esta percepción tiende a confundir lo que Putin querría hacer con lo que realmente puede hacer, al menos por ahora. Rusia sale maltrecha de la invasión de Ucrania. Tanto económica como políticamente, pero sobre todo en el aspecto militar: sus fuerzas armadas están muy debilitadas y tardarán años en recuperarse. Si Putin logra un acuerdo de paz favorable, que le permita aparecer victorioso ante los rusos, no tendrá probablemente ningún interés en reanudar el enfrentamiento. En todo caso, Rusia, cuando se recupere, podría ir contra Moldavia o Georgia si mantienen su deseo de unirse a la OTAN, pero nunca estará en condiciones de ir contra la Alianza o contra la UE, salvo que Putin esté completamente seguro de que la división entre sus miembros les impedirá actuar conjunta y solidariamente como exigen sus respectivos tratados, porque solo en ese caso podría tener éxito. 

La mejor línea de acción es combinar la firmeza y cohesión de los aliados o miembros de la UE, para que no queden dudas de la reacción de todos si se ataca a uno, con las medidas políticas y económicas adecuadas para convencer a Rusia –y a Ucrania– de que la paz les beneficiará más que la guerra, sin dejar por eso de apoyar a Ucrania. Una opción de fuerza por parte de la UE es, en estos momentos, completamente descartable. Algunos se están dando cuenta ahora de que fiar la defensa europea a una potencia externa sobre la que no se tiene ningún control no era tan buena idea, y de que estamos a merced de lo que se decida en Washington. La actual reacción de la UE puede cambiar esa situación si no se limita solo al rearme, sino que pone en marcha también el establecimiento de las estructuras comunitarias de mando y fuerzas necesarias para garantizar la defensa colectiva autónoma. Pero tardará años. Hoy por hoy, Europa es un actor secundario y no está en condiciones de imponer sus tesis ni a Trump ni a Putin.

El envío de tropas a Ucrania no tendría seguramente ninguna efectividad para garantizar el cumplimiento de un alto el fuego o de un difícil acuerdo de paz, y podría comportar riesgos difícilmente controlables. Esta es una decisión que no se puede tomar sin haber evaluado correctamente las consecuencias, ni sin un apoyo claro y muy mayoritario de los ciudadanos europeos, después de haberlos informado con transparencia. Los dirigentes europeos pueden llevarnos a la guerra sin quererlo, por una solidaridad mal entendida, o por sobrestimar sus capacidades actuales. La primera guerra mundial empezó así, por un error de cálculo, y terminó en catástrofe. Pero entonces no había armas nucleares. Si ahora cayeran en el mismo error, podrían ser responsables del que se convertiría probablemente en el peor desastre bélico de la historia de Europa, y del dolor, muerte y destrucción que sufriríamos todos."                         (José Enrique de Ayala ,  eldiario.es, 07/03/25)

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