"En materia de seguridad, el continente europeo vive inserto en dos
paradojas. La primera es que tuvimos medio siglo de “guerra fría” y de
división europea. Aquello se explicaba por la lucha de sistemas entre el
llamado “comunismo” y el capitalismo. El comunismo cayó hace 30 años y
la URSS se disolvió y sin embargo hoy volvemos a hablar de “guerra fría”
en Europa.
La segunda es que Estados Unidos gasta 610.000 millones de dólares
anuales en guerras y defensa. Los estados europeos gastan 342.000
millones y Rusia 66.300 millones, catorce veces menos que la suma de los
dos anteriores (Sipri, 2017). Sin embargo es Rusia quien amenaza la paz
en Europa.
¿Cómo se explica eso?
Creo que la explicación podemos encontrarla en los mitos y en las
hipotecas que rodean a las ideas establecidas que tenemos sobre “Europa”
y la “seguridad europea”. De ahí el título de este artículo.
(...) a partir de 1945 se construye el mito de la integración europea como
fórmula de paz y garantía de la seguridad continental. Naciones
guerreras económicamente integradas pierden los principales motivos
materiales para hacerse la guerra y construyen un futuro en paz y mutua
seguridad, se dice.
Esta narrativa tiene un defecto, un defecto eurocentrista, podríamos
decir, que me parece particularmente importante en nuestro siglo XXI
caracterizado por la extrema integración de los problemas de la
humanidad (Recuerdo que los grandes retos de nuestro siglo no son
“continentales”, sino “planetarios”: calentamiento global, proliferación
de los recursos de destrucción masiva y creciente desigualdad regional y
social).
Ese defecto eurocentrista consiste en el hecho de que los
componentes de esa Europa que comienza su integración en la posguerra
eran países que hacían la guerra fuera de las fronteras europeas:
Francia en Argelia (1954-1962) e Indochina (1945-1954). Holanda en
Indonesia (1945-1949). Bélgica en el Congo e Inglaterra, que se adhiere
más tarde, en muchos otros lugares…
En la inmediata posguerra mundial
Francia tenía un imperio colonial veinte veces su territorio
metropolitano con una población de 100 millones. Tras haber vivido la
ocupación alemana, su poder colonial protagonizó conductas no muy
diferentes a las de los nazis.
El 8 de mayo de 1945, el día de la
capitulación alemana, en la ciudad argelina de Setif el ejército
colonial francés ametralló a la multitud argelina que celebraba la
victoria enarbolando una bandera argelina matando a 1500 personas, según
fuentes oficiales francesas y a muchos miles según fuentes argelinas.
En noviembre de 1946 tres barcos franceses bombardearon la ciudad de
Haiphong (el puerto de Hanoi), matando a 6000 personas en represalia por
un incidente aduanero.
En sus “Indias Orientales, la diminuta Holanda dominaba un territorio
semejante en superficie a la Europa Occidental. En 1946 y 1947 el
ejército colonial realizó masacres en Java occidental como las de
Sulawesi y Rawagede, en las que murieron 430 niños y jóvenes. Bélgica
dominaba el inmenso Congo y Ruanda/Burundi y organizaba allí
independencias coloniales con los métodos correspondientes, recordemos
el asesinato de Lumumba y el posterior entronamiento de Mobutu,
fallecido en 1997, hace bien poco. A ello sumamos otros países que luego
fueron miembros de la UE y ya lo eran entonces de la OTAN:
Portugal, miembro cofundador de la OTAN en 1949 que ingresó en la UE
en 1986, luchaba en: Angola, Guinea-Bisau y Mozambique, entre los años
1961 y 1975. Inglaterra y su Commonwealth controlaban en la posguerra
una cuarta parte del mundo y de su población y tenía un rosario de
frentes abiertos; en Palestina, en India/Paquistán, en Kenya, en
Malasia, en Birmania, en Irlanda… La lista de los crímenes coloniales de
Inglaterra es abultada.
¿Qué tendrá que ver todo esto con la Europa integrada de hoy? ¿Qué
tendrá que ver Mobutu con la canciller Merkel? se preguntarán. Pues
bien, desde un punto de vista eurocentrista / supremacista y
decimonónico, nada. Desde el punto de vista moderno y actual de este siglo planetario, todo.
El dato de que la UE la crearon antiguas potencias
coloniales me parece fundamental para situar hoy en su justo lugar la
legitimación de la Unión Europea, los motivos por los que sus jefes de
estado y pensadores (y aquí aparecen casi todos) defienden la necesidad
de integración de sus naciones. Esos motivos tienen que ver con la
búsqueda de una solución a la pérdida de posiciones nacionales de
dominio en el Mundo, que hace insignificantes a las antiguas naciones
dominantes por separado.
Desde el punto de vista de las economías del
poder, la integración europea fue la respuesta compensatoria a la
descolonización: una fórmula para poder seguir dominando y contando en
el mundo: unidos, podemos.
Ese argumento, que se repite por
doquier cuando se habla de motivos, está directamente relacionado con el
estigma colonial-imperial europeo. La integración es necesaria, se
dice, contra la emergencia de otros que van a más y que antes no
contaban nada en el mundo: China, India, Brasil, Sudáfrica… Se habla de
“nuevas amenazas”, “nuevos desafíos”, de “preservar nuestra
civilización” y de “asegurar los flujos comerciales y el acceso a los
recursos”, como dice la Canciller Merkel. Y todo eso hay que hacerlo en
común porque por separado la potencia de las naciones europeas ya no
alcanza.
Así pues, el mito del continente de paz está muy bien como discurso,
como ideología podríamos decir, pero de lo que se trata en realidad es
de otra cosa: de una recomposición de fuerzas con un ánimo y ambición de
dominio absolutamente coherente con el gran vector belicoso (agresivo y
dominante) de la historia europea al que antes me he referido. El
problema y la gran contradicción de la UE es que ese vector está
hipotecado -en forma de gravámenes, cargas y obligaciones- a los
intereses de la superpotencia americana.
La hipoteca de la seguridad europea.
Desde su fundación, la Europa comunitaria ha estado hipotecada en
materia de política exterior y de defensa por los intereses de Estados
Unidos expresados a través de la OTAN.
Hoy el Presidente Donald Trump dice que “es injusto que nosotros
tengamos que pagar casi todo el presupuesto de la OTAN para proteger a
Europa”. Es falso, porque Estados Unidos solo aporta el 22% del
presupuesto, pero sobre todo es falso porque ese dinero no es para
“proteger a Europa”, sino para mantener la dominante influencia de
Estados Unidos en el continente. (...)
La OTAN fue siempre, en palabras del General De Gaulle “la expresión
del dominio de Washington sobre el continente”, el “pacto de Estados
Unidos con sus vasallos para afianzar militarmente la política exterior
de Estados Unidos”, en palabras de Oskar Lafontaine.
Con el fin de la guerra fría y la disolución de la Unión Soviética,
los estrategas americanos como Zbigniew Brzezinski establecieron que la
Unión Europea debía continuar vinculada a Estados Unidos, para posponer
lo máximo posible su inevitable emergencia como “duro competidor
económico-tecnológico” de Estados Unidos capaz de formular unos
“intereses geopolíticos en Oriente Medio y en otras regiones del mundo
que podrían divergir de manera significativa de los de Estados Unidos”.
Para ello era imperativo mantener la separación de los recursos
energéticos políticos y humanos de Rusia, primer país de Europa en
habitantes y el mayor del mundo en superficie, del resto de Europa. La
pregunta ¿Hasta donde llega Europa? ¿De Lisboa a Vladivostok, como decía
Gorbachov, hasta los Urales, como decía De Gaulle, o solo hasta la
frontera rusa? Se respondió de la forma más exclusiva posible. (...)
El 21 de noviembre de 1990, en el Palacio del Elíseo, los jefes de
estado europeos, más Estados Unidos, Canadá y la URSS habían firmado la
“Carta de París para la Nueva Europa”. Aquel documento debía ser el acta
de defunción de la guerra fría. La Carta proclamó 1-el, “fin de la
división de Europa”, 2- anunció que el fin de la guerra fría, “conducirá
a un nuevo concepto de la seguridad europea y dará una nueva calidad” a
sus relaciones, y 3- constató que la seguridad de cada uno de los
estados estaría, “inseparablemente vinculada” con la (seguridad) de los
demás.
En lugar de cumplir con eso, que necesariamente habría hecho obsoleta
a la OTAN y con ella a la influencia determinante de Estados Unidos en
el continente, el bloque militar occidental de la guerra fría fue
ocupando militar y geopolíticamente todos los espacios que Rusia fue
dejando en Europa con su retirada militar unilateral: primero los
antiguos satélites de Europa del Este, luego Yugoslavia -cuya disolución
como último espacio neutral en el continente se propició militarmente-
luego en el Báltico, Transcaucasia y Asia Central. Fue un acoso de un
cuarto de siglo hasta llegar a los arrabales geopolíticos de Moscú, con
el resultado visto en Ucrania, cuando el oso ruso al que se metía el
dedo en el ojo, finalmente ha dado un zarpazo.
Ese avasallamiento ha sido una constante de las sucesivas
administraciones americanas desde los años noventa hasta hoy y ha venido
jalonado por la retirada o violación de los tratados militares de la
guerra fría, así como de aquellos acuerdos que le pusieron fin.
Recordemos la serie:
La administración Clinton violó el acuerdo de que la OTAN no se
movería “ni un milímetro” hacia el Este a cambio de la aceptación de la
reunificación alemana y estableció bases militares de la OTAN junto a
las fronteras rusas.
La administración de George W. Bush abandonó el acuerdo ABM
(fundamento de la no proliferación) en 2002 y creó bases antimisiles en
Alaska, California, Europa del este, Japón y Corea del Sur para crear un
cinturón alrededor de las inmensas fronteras rusas que incluye el
destacamento de varias decenas de destructores. Las bases europeas de
ese recurso en la frontera rusa europea, en Polonia y Rumania, se
emplazaron alegando que eran para proteger Europa de los inexistentes
misiles intercontinentales de Irán, un argumento que evidenció el
absoluto desinterés por ser mínimamente creíble.
La administración Obama emprendió un ataque directo contra Rusia con
el objetivo de echarla de sus bases en el Mar Negro derrocando al
gobierno corrupto y legítimo de Ucrania e instalando en su lugar a su
propio gobierno, también corrupto pero prooccidental.
La administración Trump incrementó los riesgos nucleares al ampliar
el umbral de los supuestos para emprender un ataque nuclear y
desarrollar nuevas armas que difuminan las diferencias nuclear /
convencional y aumentan los peligros. En estos momentos están en
entredicho los acuerdos INF, sobre fuerzas nucleares intermedias, y
START, sobre armas nucleares estratégicas, ambos a iniciativa de
Washington.
En resumen: Estados Unidos ha utilizado a la OTAN para que los
europeos apoyen un cerco a Rusia y a China y convertirla en una alianza
ofensiva al servicio de sus guerras por recursos. Todo esto tiene
sentido desde el punto de vista de los intereses hegemónicos de
Washington (la prioridad de impedir una UE autónoma e independiente en
su acción internacional citada por Brzezinski), pero desde el punto de
vista de los intereses de la seguridad europea, es un desastre. ¿Por
qué?
Porque en Europa solo habrá seguridad con Rusia. No la habrá sin Rusia,
y, desde luego, de ninguna manera contra Rusia. Y eso independientemente
de lo mucho o poco que nos guste su régimen político. (...)
A diferencia de los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando
muchas naciones europeas se desmarcaron u opusieron a la guerra de
Vietnam (recordemos la tensión de Washington con la Suecia de Olof
Palme, el espíritu independiente del General De Gaulle o el hecho de que
ni siquiera la fiel Inglaterra enviara soldados a Vietnam), hoy la UE
actúa casi siempre como el “ayudante del Sheriff”: no solo participando
en la artificial e innecesaria tensión con Rusia y colocando bases y
armas en las mismas barbas del oso, sino contribuyendo a violar la ley
internacional con su participación, bajo diversas formas y modalidades,
en todas las guerras de EE.UU., desde Yugoslavia hasta Siria, pasando
por Afganistán, Irak y Libia, e incluso enviando barcos (Francia e
Inglaterra) a patrullar el Mar de China meridional, donde no se nos ha
perdido absolutamente nada, a fin de participar en el acoso de Estados
Unidos a China actualmente en curso…
El fin de la ingenuidad
Para acabar: Europa debería desprenderse de esa hipoteca y contribuir
a un orden mundial más estable y sensato que el actual. ¿Cómo? En
materia de seguridad yo propondría un acuerdo en el seno de la Unión
Europea cuyo preámbulo dijera algo así:
“Decididos a salvaguardar la libertad, la herencia común y la
civilización de nuestros pueblos, basados en los principios de la
democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley,
reafirmamos nuestra fe en los propósitos y principios de la Carta de las
Naciones Unidas y nuestro deseo de vivir en paz con todos los pueblos y
todos los Gobiernos”.
Y el artículo 1 de tal acuerdo podría estipular lo siguiente:
“Las Partes se comprometen, tal y como está establecido en la
Carta de las Naciones Unidas, a resolver por medios pacíficos cualquier
controversia internacional en la que pudieran verse implicadas, de modo
que la paz y seguridad internacionales, así como la justicia, no sean
puestas en peligro, y a abstenerse en sus relaciones internacionales de
recurrir a la amenaza o al empleo de la fuerza de cualquier forma que
resulte incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”.
A estas alturas, ustedes ya habrán llegado a una conclusión: la de
que este comentarista es un perfecto ingenuo. Efectivamente, porque
tanto ese preámbulo como esa artículo I, pertenecen textualmente al
acuerdo de Washington de 4 de abril de 1949 que fundó la OTAN.
Así que,
setenta años después, entre el mito del continente de paz y el lastre de
esa hipoteca, ya es hora de dejar de lado la ingenuidad al abordar una
“seguridad europea” desmarcada de vasallajes, ambiciones imperiales y en
línea con los retos del siglo.
(* Este texto sigue las notas de la conferencia de
clausura del VI Congreso de la Asociación Española de Historia Militar
(ASEHISMI),”Mitos e hipotecas de la seguridad europea en la nueva guerra fría” Granada 24 de mayo)." (Rafael Poch, blog, 05/06/19. Publicado en Ctxt)
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