"(...) Su predecesor Barak Obama había dicho que, de producirse el Brexit, el
Reino Unido tendría que ponerse el último de la cola para firmar un
acuerdo comercial con Washington. Según Trump, todo lo contrario.
Los
amigos británicos tendrán prioridad, y podrán beneficiarse de un “trato
fenomenal” que compensará con creces los inconvenientes de la ruptura
con el continente. Eso sí, Londres tendrá que abrir “todos los sectores
de la economía sin excepción” (es decir, la sanidad pública también), y
rebajar los actuales estándares alimenticios y de higiene para poder
comprar los pollos clorados del otro lado del Atlántico.
Adiós a la
medicina universal gratuita, orgullo de este país. Uno de los sueños no
tan secretos del presidente norteamericano es que Boris Johnson o quien
sea imponga un sistema de pago como el de Estados Unidos, y las
aseguradoras norteamericanas hagan su agosto. Si los brexiters creen que
la relación con Bruselas es de vasallaje, que se preparen para lo que
les espera a merced de la Casa Blanca... (...)
Trump ha diseminado su veneno político en una Gran
Bretaña sumida ya en la misma guerra cultural que los republicanos han
fomentado en los Estados Unidos. Las fantasías han reemplazado a las
ideologías, los brexiters sueñan con un Nuevo Jerusalén con adoquines de
oro en las calles, los partidos tradicionales se encuentran en caída
libre (el Labour obtuvo un 14% y los conservadores un 9% del voto en las
últimas elecciones europeas), y la clase y el dinero han dejado ser el
factor diferencial entre los ciudadanos, divididos ahora por la actitud
hacia Europa la globalización, la inmigración, el aborto, los
matrimonios homosexuales, la apertura o cerrazón ante los cambios en la
sociedad y en el mundo...
Los tories ya no son el partido de la
estabilidad, la tradición, el orden y el sentido común para jugárselo
todo en el casino del Brexit, incluida la economía. Parecen entregados a
una especie de creación destructiva, como un artista alucinado, sin
disciplina, sin filosofía, sin valores. En los dos últimos sondeos de
cara a unas elecciones generales, en uno ganarían los liberales
demócratas y en el otro Nigel Farage. El bipartidismo corre peligro
mortal. (...)
Pero si las diferencias son culturales e identitarias, de actitud hacia
la vida, todo compromiso es imposible, como resulta ahora el caso. No
hacía falta que viniera Trump metiendo cizaña para que los británicos
estén divididos casi a partes iguales entre los pro y anti Brexit, los
pro y anti inmigración, bodas gay, pena de muerte, sentencias más
severas... Las soluciones de consenso se alejan cada vez más en el
horizonte, lo mismo que la gobernabilidad.
Trump ha repartido su cianuro en un país que es importante pero se cree
más importante de lo que es, donde una parte de la población cree que
puede reeditar el Imperio una vez rotas las cadenas con la UE, con una
primera ministra (May) que quería ser Thatcher y no lo ha conseguido, y
un posible sucesor (Boris Johnson) que se cree Winston Churchill. Y como
estrella invitada, Nigel Farage. En cualquier caso, la víctima ya se
había envenenado a sí misma." (Rafael Ramos, La Vanguardia, 05/06/19)
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