"Se acerca el verano y aún no ha comenzado la ofensiva de primavera. Empezará, porque Ucrania y su anhelo de libertad siguen vivos. También, porque es preciso justificar la ayuda militar occidental. Claro que es tremendamente complicado visualizar cómo es posible ejecutar una contraofensiva en un frente de más de mil kilómetros de longitud. Un frente de guerra que en una considerable proporción está apoyado, además, en el infranqueable baluarte natural del Dniéper.
El notable éxito militar ucraniano del pasado otoño, que obligó a retroceder a los rusos en Jersón, al otro lado del Dniéper, es muy difícil que se produzca hoy, precisamente porque es preciso cruzar el río, y porque se carece de los recursos anfibios imprescindibles para lograrlo. Pero, sobre todo, es imposible una gran contraofensiva ucraniana, porque ello requiere de ingentes capacidades militares y de recursos, de los que Ucrania carece, pese a la más que notable y progresiva mejora de su ejército nacional, merced a la ayuda occidental.
La limitada capacidad militar ucraniana, la carencia de apoyo aéreo con el que sostener sus operaciones terrestres, la imposibilidad de disponer y alargar de suficientes cadenas logísticas que alimenten de abastecimientos y vituallas a las vanguardias combatientes impedirá forzar y sostener el esfuerzo militar ofensivo más allá de una o dos direcciones de ataque. Los ucranianos lo consiguieron en Jerson, pero los rusos están ahora al otro lado del río. Su contraofensiva quedaría limitada. Resultará escasamente profunda como para partir territorialmente las extensiones ganadas por los rusos. Solo sería posible, a mi entender, la acometida mediante múltiples micro contraofensivas sobre objetivos muy limitados. Se trataría de múltiples ataques de mucha menor escala y a lo largo del frente en aquellos enclaves que por una u otra razón operacional les fuesen de interés, empeñando las reservas estratégicas en aquellas direcciones en las que sí se alcanzase cierto éxito.
Esos ataques muchísimo más limitados, que se alejan en su concepción estratégica de una mediática y grandilocuente denominación de contraofensiva, son bastante más autosuficientes. No necesitan de un apoyo logístico excepcional, ni del apoyo de fuego, artillero o aéreo mediante los cuales sostener las operaciones terrestres. Claro que, también por su alcance y profundidad, su impacto y su relieve estratégico son proporcionalmente mucho menores.
Este es el modelo de combate que precisamente ha venido caracterizando a Ucrania desde el mismo inicio de la guerra. Lo ha venido haciendo además con cierto éxito. El de ataques muy limitados, cortos en el tiempo, sin empeño, con pequeñas unidades muy ágiles y móviles, capaces de infligir severos daños, aunque minimizados por alcance y duración. Así ha sido como los ucranianos consiguieron dañar severamente la movilidad de las columnas rusas, fundamentalmente en la primera mitad de la contienda, cuando los rusos aún aspiraban a someter una más vasta extensión territorial de la que finalmente ha sido.
Esta táctica de casi escaramuzas, unido al valor y determinación de sus tropas, es lo que ha venido caracterizando el combate ofensivo de los militares ucranianos, hasta que tras esa ofensiva de otoño, todo quedó, muy al contrario, más que empantanado. Enfangados primero en el barro, paralizados por la nieve y el hielo después, todo quedó detenido. También los rusos aceptaron la inmovilización. Cada cual quedó en sus trincheras, a la expectativa de una gran ofensiva que nunca acaba de llegar.
Los ucranianos no abandonan sus posiciones, en tanto que los rusos refuerzan las propias a juzgar por la inteligencia satélite occidental. Desde hace ya más de medio año, la guerra se ha quedado casi reducida a combatir sin desplazarse. Ataques artilleros y con drones, lanzamiento de misiles… También luchas muy encarnizadas desde posiciones estables, primero en Mariúpol y ahora en Bajmut. ¿Dónde están las ofensivas y las contraofensivas, que si en algo se caracterizan es por el vertiginoso ritmo de las operaciones? (...)
¿Qué es lo que recogen las páginas de nuestros diarios desde aquel otoño pasado? Bastante silencio, y la crueldad del casi inamovible cerco sobre Bajmut. El resto ha sido la esperanza de una contraofensiva primaveral, además del alboroto y el desconcierto al que nos han sometido nuestros propios Estados occidentales, en torno a la acumulación de materiales y su entrega a Ucrania.
La guerra ha quedado sometida durante meses al espectáculo grotesco de los carros Leopard y otros recursos de guerra, que habríamos de entregar a los ucranianos, a fin de que puedan ejecutar el sueño de su recuperación. Una extravagante puja con la que casi justificar una ayuda militar tremendamente necesaria, pero que en realidad es del todo insuficiente. (...) Un socorro más aparente que certero. Un apoyo manifestado entusiasta en su retórica, no obstante, exiguo en su eficiencia. Me sirve de ejemplo, precisamente, la mediatizada instrucción militar española a los combatientes ucranianos, ejecutada recientemente con genuino entusiasmo por nuestros militares en Toledo. (...)
Pero que enseñemos a los soldados voluntarios y forzosos ucranianos la instrucción básica del combatiente se me antoja más que sarcástico. Instrucción básica ofertada a reclutas que se incorporan a la estructura de defensa de un país en guerra. Creo que es muy ingenuo, en la más benigna acepción que me viene a la cabeza. (...)
Cuando nuestros representantes públicos proclaman, quiero creer que con orgullo, que nunca jamás dejaremos a Ucrania atrás, pero luego les servimos nuestro armamento caduco y obsoleto. Cuando entregamos recursos, ya más potentes, pero del mismo modo obsoletos, y lo hacemos sin una paralela formación, y aquí sí que entraría la instrucción en el mantenimiento de motores y de sistemas armamentísticos, de óptica o de comunicaciones. Cuando del mismo modo los ucranianos carecen de tales escalones de entretenimiento; ni de los debidos recambios, y cada sistema de cada país es hijo de su padre y de su madre, pues resulta que finalmente lo que entregamos dura un cuarto de hora por inoperancia. (...)
Los occidentales, por nuestra parte, nutrimos las capacidades ucranianas, aunque mucho me temo que ni con el alcance ni la intensidad que requiere una sustancial variación de las operaciones militares. Es más, considero que no sabemos realmente qué es lo que queremos. Sí, por supuesto ayudar a Ucrania, pero con la limitación que conlleva evitar la escalada. Se quiere, pero no sé si realmente se quiere. Se ofrece, pero no se da lo suficiente. Y así no se va a ningún lado, sino a perpetuar un desgaste crecientemente insoportable.
Claro que tal vez es mejor que sea así. Que nuestro apoyo sea
realmente limitado, porque una escalada real lo sería con una Rusia, que
no solo posee sistemas nucleares, sino que dispone de un líder y de un
círculo de poder que están dispuestos a hacer uso de ellos si las
circunstancias que consideran así lo requieren. Y esta amenaza nuclear sí que es una escalada en toda regla.
Pero no solo el apoyo occidental es limitado, sino que, además, puede
ser caduco. Es decir, que el sostén a Ucrania tenga un vencimiento, un
final, habida cuenta del enorme sacrificio que a Occidente le supone
sostener la guerra. Los ciudadanos empezamos a ser conscientes, aunque
no entendemos del todo lo de la elevación del techo de la deuda, pero sí
conocemos sobradamente el del alza de los precios, así como de las
limitaciones que ello supone para la mayoría de las familias. (...)
El riesgo de un conflicto cronificado
o y tiene caducidad. Si no existen elementos concluyentes que dan supremacía a un adversario respecto de otro. Si la contraofensiva anhelada no será previsiblemente, ni decisiva, ni determinante, ¿qué nos queda? Una previsible guerra interminable. Un conflicto cronificado que se pudre, para el que no hay salida posible, porque no se aprecia por ningún lado, demás, ningún acuerdo posible entre Kiev y Moscú. ¿Por qué? Porque el empeño militar de Moscú trasciende a la mera duración de la guerra, persiguiendo en su objetivo último la ruina de un Estado desleal (para Rusia se entiende) que ha osado, no solo pretender su europeización, sino también visualizar que, llegado el momento, será más rico, más libre, más justo y más eficiente que la Gran Rusia de la que se desgajó.
Para Rusia, Ucrania es el perverso modelo que alguien podría imitar. El referente que puede distraer la mentalidad de los rusos sometidos a su enorme historia; a su vasta riqueza cultural; a su eficiente tecnología e innovación; a la inabarcable observación de su extensa dimensión; a su inabordable riqueza de recursos… Pero eso; sometidos.(...)
Es momento de detenerse y observar el mapa de la ocupación en Ucrania. No se limita a la región oriental, como exponente esta de la sedimentación de la población rusófona y rusófila. También pretende hacerse con el control de la que fue la región industrial ucraniana por antonomasia. Ahora está casi destruida, pero aún conserva lo mejor de cualquier región industriosa y rica, como es el ímpetu y cualificación de sus gentes. Su firme propósito por forjarse, en este caso, los prorrusos del Dombás, un futuro de libertad independiente de la europeizada Ucrania. La invasión rusa busca también nutrirse de la gran región agrícola que se expande en ambas riberas del Dniéper, cuya riqueza abastecedora va más allá de la autosuficiencia, para exportar a Europa, e incluso donde hace tanta falta como el comer: África. (...)
Privar a Ucrania de una salida al mar
Pero si en la región oriental Rusia pretende su acervo industrial y agrícola, con la invasión y ocupación de gran parte de la franja sur Rusia ha ido más allá de establecer un corredor logístico y de apoyo a Crimea. Busca hacerse con la región marítima, que hasta el inicio de la guerra abastecía y suministraba internacionalmente al país desde sus puertos. Privarle a Ucrania en suma de su salida al mar. Dejarle encerrado en su sobriedad, siempre dependiente de la ayuda occidental.
Es momento de empezar a mirar más allá del mero curso de las operaciones. Es tiempo de vislumbrar qué es lo que hay más allá de la guerra, tratando de visualizar si es realmente posible un final.(...)
La guerra de Rusia de hoy pretende además proyectarse al mañana, en el intento de privar a Ucrania de la libertad, la estabilidad y el progreso que la puedan hacer atractiva y codiciada desde algunos sectores rusos.
Las guerras con victoria sí acaban; o no, que también lo demostró Versalles. Las guerras empantanadas como la de Ucrania siguen, y siguen, y siguen… No acaban nunca, aunque la fatiga y el cansancio detenga los combates, y poco a poco retornen los desplazados, se inicien las reparaciones, se establezcan procesos financieros de ayuda y se acometa la reconstrucción. La apariencia puede inducirnos a la percepción de cierta paz, que no es tal, porque nadie ha ordenado que se detenga la guerra. Tampoco, porque la afrenta sigue, medible en territorios ucranianos invadidos y ahora ocupados que no se devolverán. Y entretanto, ya nos habremos olvidado todos de una contraofensiva de ayer, que quiso y no pudo ser. "
(Enrique López de Turiso es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria. The Objective, 13/06/23)
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